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Directorio de poetas que escriben en Rima Jotabé



Rima Jotabé



Directorio de poetas que escriben en Rima Jotabé en lenguas diferentes al Español

Directorio de Poetas que escriben en rima Jotabé en español
 
 
GENARO FELIPE GRISOLÍA AMBROSINI
 
Poemas
 
Genaro Felipe Grisolía Ambrosini

Genaro Felipe
Grisolía Ambrosini

El Campello, Alicante
(España)

Quiero/queremos

(2 Jotabé salmódico)


1

Pobres son las razones de los cañones y de las balas
que excedidos de empeños hasta a los sueños cortan las
[ alas.

El temor a la guerra cubre la tierra de oscuridad
y es preciso este canto si está en quebranto la humanidad.
Ya no alegran las flores con sus colores la inmensidad
ni se sienten seguras muchas culturas con su heredad.

Solo somos iguales en los eriales del camposanto:
un manojo de huesos tras los decesos y el desencanto.

Ya no siembran jazmines en los jardines de las corralas
ni se escuchan saetas de los poetas por la ciudad
porque duermen los versos como dispersos por un
[ espanto.


2

Quiero con este canto correr un manto sobre el dolor,
porque sé que la vida no está reñida con el amor.

Quiero con mi salmodia, por la concordia, romper mi lanza
porque caigan los muros, tristes y oscuros, sin más
[ tardanza.
Quiero un mundo sin guerras, ni suertes perras. Quiero
[ una alianza
que armonice segura tanta locura sin desconfianza.

Quiero ver la Paloma sobre una loma volar vivaz
mientras tañen campanas, ultramundanas, por su solaz.

Quiero, en fin, un futuro dulce y seguro sin tanto horror,
porque siendo poeta, guardo secreta cierta esperanza
de que aclare la pluma, la oscura bruma de un mundo en
[ paz.



Prisionero


(Jotabea)


Parece que no miran, tus ojos, cuando mientes
como si me quisieran decir cuánto lo sientes.

Encorvas, sin notarlo, los arcos de las cejas
allí donde se extienden difusas, azulejas,
las sombras misteriosas que intencional manejas
para cubrir tus noches, al parecer, complejas.

Se mueven tus pestañas como alas soñolientas
buscando apresuradas las ventanas a tientas.

Entonces, cien puñales me hieren, concluyentes,
y sangran mis heridas sin pronunciar sus quejas
porque, a pesar de todo, te quiero aunque me mientas.



Ella


(2 Jotabem)


Mujer de los ojos tristes
que entre las sombras me asistes.

Mujer que en las truculentas
noches frías y violentas
con tus manos me calientas
y con los ojos me alientas.

Mujer que con tus procesos
sabes paliar mis excesos.

Vivo quizás porque existes
y en mi dolor me alimentas
con el néctar de tus besos.


Mujer bella y solitaria
de profesión milenaria.

Mujer que en las calles quedas
trasnochada en las veredas
de una ciudad donde ruedas
por unas pocas monedas.

Mujer de virtud incierta
eres real y despierta.

Tienes, mujer legendaria,
el bálsamo entre tus sedas
para mi existencia muerta.



Tu único amante


(Jotabé 5-7-5)


No me interesa. Ya ves, no me interesa guardar primores
porque me agobian el alma los recuerdos si son de
[ amores.

No me interesa pensar en el pasado donde la vida
que se diluye me sirve de bien poco. Con la seguida
se va quedando cubierta de guijarros, como escondida
de las miradas, cada gota de sangre del alma herida.

Por eso dejo que fluya mi mirada para adelante,
ilusionado, mujer, como un muchacho, joven, galante.

Quiero que sientas, el sabor de mis besos y mis favores
como si fueras de todas, la primera, la más querida,
y yo entre todos los hombres que has tenido, tu único
[ amante.



¿Qué me sucede, Amor?


(2Jotabé)


¿Qué me sucede, Amor? ¿Qué me ha pasado
que por esta inquietud, atormentado,

me siento consumir en un infierno?
¿Qué me sucede, Amor, que no discierno
los cambios en las letras del cuaderno
que guarda mis hazañas? Del averno,

las llamas me consumen las entrañas.
¿Qué me sucede, Amor? ¿Qué tan extrañas

consignas me mantienen enredado
en la urdimbre tupida de este eterno
e intrincado tapiz de telarañas?


¿Por qué me siento así? ¿Por qué me espanta
el nudo que me cierra la garganta

interrumpiendo el aire que respiro?
¿Por qué me siento así? ¿Por qué deliro
y siento tu presencia cuando aspiro
las sombras de su pelo. Mi suspiro

le resta nitidez a los espejos.
¿Qué me sucede, Amor? ¿Con qué complejos

y temibles conjuros me quebranta
tu ajena voluntad cuando la miro
si he decidido —yo— tenerte lejos?



Europa


(4 Jotabé)


Relatan que, entre flores y ganado,
el «padre de los dioses» del pasado

descubre tus virtudes en Fenicia.
Cuentan que en el Olimpo, la codicia
de Zeus se desenfrena y su avaricia,
por gozar de tus dones en primicia,

a oriente lo conduce a seducirte.
En su amante desea convertirte

trocada su deidad en blanco astado
que, excitado en su afán por tu caricia,
a su grupa te monta por rendirte.


Y contigo, bravío, por jinete
atraviesa los mares y somete

la furia de los vientos con pericia.
Hasta Creta te lleva en la ficticia
aventura de un rapto que propicia,
con tu casta inocencia, su delicia

y te convierte en reina de los hombres.
Desde entonces, batallas y renombres

han hecho de tu historia un sonsonete
que cubre de laureles tu estulticia
sin que de nada, al parecer, te asombres.


Pero ya la aventura ha terminado,
vieja reina que mucho has cabalgado

y a quien tanto poder no beneficia.
Del viejo continente donde inicia
tu mítico romance y tu propicia
fortuna, te reclaman en justicia,

en aras de salvar tu propia historia.
Quizás tu conveniente desmemoria,

por todo cuanto oriente te ha legado,
debieras deponer y sin malicia,
volver la vista atrás para tu gloria.


Es enorme tu hogar, sin sutileza,
con hábitos de estúpida nobleza,

donde campan el mal y la injusticia.
De todo cuanto existe beneficia
sus arcas, con maléfica impudicia,
tu necia sociedad cuya inmundicia

asuela con pesares y congojas.
Es hora, vieja reina, que recojas

tus ínfulas y olvides la pereza
porque la media luna da noticia,
de que tintan tu mar lágrimas rojas.



Prisionero


(Jotabea)


Parece que no miran, tus ojos, cuando mientes
como si me quisieran decir cuánto lo sientes.

Encorvas, sin notarlo, los arcos de las cejas
allí donde se extienden difusas, azulejas,
las sombras misteriosas que intencional manejas
para cubrir tus noches, al parecer, complejas.

Se mueven tus pestañas como alas soñolientas
buscando apresuradas las ventanas a tientas.

Entonces, cien puñales me hieren, concluyentes,
y sangran mis heridas sin pronunciar sus quejas
porque, a pesar de todo, te quiero, aunque me mientas.



Ella


(2 Jotabem)


Mujer de los ojos tristes
que entre las sombras me asistes.

Mujer que en las truculentas
noches frías y violentas
con tus manos me calientas
y con los ojos me alientas.

Mujer que con tus procesos
sabes paliar mis excesos.

Vivo quizás porque existes
y en mi dolor me alimentas
con el néctar de tus besos.


Mujer bella y solitaria
de profesión milenaria.

Mujer que en las calles quedas
trasnochada en las veredas
de una ciudad donde ruedas
por una pocas monedas.

Mujer de virtud incierta
eres real y despierta.

Tienes, mujer legendaria,
el bálsamo entre tus sedas
para mi existencia muerta.



Melodía triste


(Jotabeí)


Agobiado de males por los años,
al llegar mi noventa cumpleaños,

sigiloso escapé de los festejos.
Alentado, quizás, por mis manejos
—lo que suele ocurrirnos a los viejos—,
me perdí por los huertos a lo lejos.

Sin embargo, permitan que relate
las razones del triste disparate:

me sentía morir y en mis redaños,
por llevar la contraria a los consejos,
mis bolsillos llené de chocolate.


A la sombra tranquila de un olivo
me senté a descansar. Apreciativo,

entretanto comía, con la mente
procuré desligarme del presente.
Mas entonces sentí que, de repente,
a mi infancia volvía. Consecuente,

me encontré con mi abuelo en su caballo
recorriendo un plantío, un urogallo

removiendo la hierba; y del tiovivo
de la plaza mayor, resplandeciente,
con la bella carroza del zapallo.


Advertí la largura de mi calle
descendiendo pausada por el valle,

desparejas aceras monocromas
salpicadas de blanco por palomas
con su carga de risas y de bromas
de camino a la escuela, tiragomas

escondidos, canicas de cristal,
escondites de ramas… Por igual,

me acordé de las rosas en detalle,
de los cantos del río y los aromas
que traía la brisa del juncal.


Relajado, mirando los arbustos,
reviví mis secretos y mis sustos

y experiencias que tuve de pequeño:
las pelotas de goma que sin dueño
los vecinos guardaban en su sueño
por tenernos a raya, mi desdeño

por los niños mayores, mis rodillas
señaladas con costras y tirillas,

las heridas que tuve, los disgustos
que en los cambios de cromos, con empeño,
negociaba frenético en cuclillas…


Encontré mis amores de la infancia:
mi querida maestra —su fragancia

embriagaba la clase de alegría—,
mi vecina de enfrente que lucía
un flequillo dorado y la María
que ayudaba a mi madre; la quería

si a escondidas me daba chocolate
a pesar de que fuese un disparate

y el doctor me prohibiera la substancia.
Disfrutando mis gracias todavía
continué tan feliz en el dislate.


Los sencillos deleites de pequeño
me alentaron, quizás, en el empeño

de alcanzar las estrellas y el amor.
Recordé mis principios de escritor
y los versos escritos al calor
del hogar y los leños, mi pavor

por las páginas blancas, mis remotas
esperanzas unidas a las notas

que las musas primeras en mi sueño
inspiraban sutiles, mi dolor
por las causas perdidas, mis derrotas…


Regresé, sin querer, al pensamiento
de romper ataduras y al momento

de jugar a la suerte mi desvelo,
Recordé la esperanza de que el cielo
me premiase el esfuerzo y que en un suelo
diferente me diese su consuelo.

Recobré de repente la memoria
por las musas que dieron a mi historia

de beber en su amor y con su aliento
revistieran mi pluma en terciopelo
encarada, pensaba, a la victoria.


Regresaron romances a mi mente
que ya no precisaba mi renuente

recordar fugitivo. Mi cabeza
reprodujo, incumplida, con presteza,
la palabra grabada en la corteza
de un abeto en mi plaza, mi destreza

con los besos robados, las delicias
a la luz de la luna, las caricias,

las mentiras de amor inconsecuente
entregado al placer de la belleza
que la suerte me diera en sus primicias.


Mas entonces noté que, sin motivo,
con la espalda apoyada en el olivo

mis ancianas pupilas se nublaban.
Imposible saber si me llegaban
del rocío las gotas que mojaban
mi curioso mirar o retornaban

las ansiadas carencias de mi infancia:
de mi enorme familia, la constancia;

de la fuente, las luces del tiovivo;
de las hierbas del valle, que alejaban
mi inocencia y mis sueños, la fragancia…


Extasiado, quizás, en un reproche
a los años vacíos y al derroche,

por mi vida lloré desconsolado.
Regresar es inútil al pasado
desquiciadas las fuerzas de un gastado
corazón solitario, derrotado,

descreído de amor y de ilusiones.
Me buscaron por todos los rincones,

arribadas las doce de la noche,
al brindar en un trámite obligado
sin que nadie supiera mis razones.


Y me hallaron, al fin, contemplativo,
aterrados mis ojos sin motivo,

los vecinos, después de las cordadas.
Me increparon sus bocas enojadas,
que callaron, quizás anonadadas,
por faltarles respuestas apropiadas.

Y lloraron, los hombres del rescate,
ya que hiciera tamaño disparate,

con la espalda apoyaba en un olivo
y un reguero de hormigas coloradas
de mi boca comiera chocolate.



Hoja muerta


(3 Jotabé)


Gozarás danzarina el breve vuelo
que de la rama te conduzca al cielo

desgajada del árbol tu cintura.
Desde el gran coloso al aire, criatura
de suave y de amarilla galanura
habrase de fundir con la hermosura

de los destellos que te brinde el sol.
Lucirás satisfecha tu arrebol

en la medida que se aleja el suelo
embriagada del vértigo y la altura
perdido por tus alas el control.


Efímera paloma que a las nubes,
frágil y rauda y temeraria subes

dejando atrás el terrenal bullicio.
Dichosa por tu propio sacrificio,
perdido por completo el sano juicio
a las fauces te entregas del suplicio

y a la aventura incierta te sometes.
En una danza loca de juguetes,

con blancas mariposas y querubes,
cabalgarás, criatura, en un ficticio
corcel de luz, fogoso, sin jinetes.


Pero recuerda en tanto lo que encierra
tal efímero empeño al que se aferra

tu corazón en tan extraño viaje.
Recuerda la pobreza del bagaje
al que sostiene apenas tu coraje
montado en tan efímero carruaje

con una frágil esperanza incierta
Pobre danzante de actitud liberta

que al mismo instante de volver a tierra
habrás de abandonar todo equipaje
tan solo para ser otra hoja muerta.



Una noche de abril


(4 Jotabéa)


El Siroco caliente de salitre impregnado,
de un navío que avanza con el aire enfrentado,

enardece las jarcias y las velas rebosa.
Nada teme del viento cierta sombra borrosa
que sumida en la bruma de su historia fragosa
con la pipa en los labios y la mano nudosa

en su bolsa de cuero, ve la noche de abril.
De su recio equipaje, sostenido a un pretil

cuentan cien cicatrices en idioma callado
una vida galana, pintoresca y brumosa
que ha vivido su dueño misterioso y gentil


Guarda el bulto en el vientre que una llave acerroja:
veinte piezas doradas y en su vaina la hoja

de un puñal de Toledo con el mango tallado.
Tiene un cofre de alpaca primoroso, lacado;
un mechón de cabellos, con un beso sellado,
y el pañuelo de seda que una dama ha dejado

en el cuarto prohibido de un discreto burdel.
Lleva un fajo de cartas, que en lujoso papel

y palabras ardientes, mil romances deshoja
con mujeres hermosas que por él han pecado,
y que guarda reunidas por un simple cordel.


Ya avanzada la noche, gigantesca la luna,
desde el cuenco del cielo, sobre el mar la fortuna

de sus bucles de plata, generosa despliega.
Infinito es el manto del lugar donde juega
con las olas la espuma; donde el aire se pliega
como las caracolas y se enrosca y navega

su bordado de escamas derramado al azar.
Y es tan vasta y brillante la acuarela del mar,

que el destello confunde de una daga moruna
que amparada en las sombras por la espalda doblega
al que en viejos amores se entretiene en pensar.


En tan solo un instante, cruel, el filo revierte
al magnífico amante que transita a la muerte

sin que nadie lo sepa, sin que nadie lo advierta.
Y su vida mundana deja así la cubierta
con el alma aterrada que en las aguas despierta
arropada de peces y corales, ya muerta

entre Ondinas que entonan su postrera canción.
Y la bolsa de cuero que quedó en su rincón

sin saber que el destino la ha dejado a su suerte,
con sus cien cicatrices, desgarrada y abierta
en las manos acaba de un vulgar polizón.



El niño en la cuna


(4 Jotabéa)


Detrás del horizonte, para empezar su viaje;
mientras la hermosa luna se quita el maquillaje

solemne de su faz; el sol se despereza.
El cuenco adormecido del firmamento empieza
a suavizar el brillo, con singular destreza,
de todas las estrellas tan pronto la belleza

de las primeras luces le cambian el color.
Y en un pequeño cuarto, con el primer albor,

un rayo pequeñito de diáfano equipaje,
como una mariposa de singular tibieza,
se posa en la manita de un niño con amor.


El pequeño despierta sin el menor sonido,
y tiene ante sus ojos aquel botón florido

que mágico se mueve, despacio, y lo acaricia.
Entre sus dedos fluye, con sin igual pericia,
la gualda lucecita que es toda una delicia,
que deslumbra sus ojos y su ansiedad codicia,

entonces palmotea jugando con el sol.
Después, el cuerpo curva, tal como un caracol,

porque la luz prosigue su lento recorrido,
escapa de sus manos y otro camino inicia
por la espaciosa cuna fuera de su control.


El niño la persigue con la mirada atenta,
feliz con el prodigio: babea y se contenta

al ver su mariposa colgar de un sonajero.
En su idioma callado, la reclama primero,
luego mueve las piernas, después el cuerpo entero
que conmueve la cuna. Vibra el bello lucero

que al temblar le provoca nuevamente la risa.
Y el pequeño que aprende que al moverse deprisa

aquel brillo se mece, muchas veces lo tienta
hasta que, inevitable, misterioso y ligero
el fulgor con que juega muere en una repisa.


Vuelve así la quietud a la boca entreabierta
del bebé que no duerme, que con ojos alerta

el pretil examina de su inhóspita cuna.
Ha perdido en las sombras, sin que razón alguna
justifique el prodigio, la preciosa fortuna
que llenaba su mundo de esa luz oportuna,

juguetona y brillante que le hacía ilusión.
Y por fin sin que nadie sepa dar la razón

rompe el niño en un llanto que a la madre despierta
y en la magia lo envuelve de su voz, y lo acuna,
y le seca las lágrimas, y le da un biberón.


(Poema ganador del Cuarto Accésit del VII Certamen Poético Internacional Rima Jotabé)



Días de fiesta


(4 Jotabé)


I

Cuando el sol en la cúspide se adentra
y a caballo del trópico se encuentra,

con su fuego y su luz, nace el verano.
Equinoccio de Cáncer, soberano,
es del día más largo. Muy temprano,
la ciudad de Alicante en su lejano

señorío despierta junto al mar.
Y comienza sus fiestas al plantar,

con la gracia y el arte que concentra,
pedacitos del mundo cotidiano
que entre llamas quisiera señalar.


II

Por detrás de esa noche, al otro día,
revestida de mágica alegría,

amanece florida la ciudad.
Huele a pólvora el mar, la actividad
es febril y contagia su ansiedad
a la brisa que en cada vecindad

de las bandas esparce su compás.
Ramilletes de flores van detrás

animando su paso con porfía
a rendirle a la virgen su piedad
en el templo del santo Nicolás.


III

Consecuente, la luna misteriosa
con su pálida cara, silenciosa,

cruza el cielo y el agua sobrevuela.
Otro día se inicia. Se constela
de petardos y música y revela
que la fiesta trasciende paralela.

De la tierra, del último confín,
llega un largo desfile parlanchín.

Cabalgata que cruza bulliciosa
con su cola detrás en larga estela
y su lengua de alegre serpentín.


IV

Sin ceder en su empeño los actores
ni el tronar de petardos y tambores

un día más, el jolgorio, que persiste
y podría seguir, pero desiste
por la misma razón, por lo que existe.
A dormir la alegría se resiste

como lo haría un viejo capitán.
Pero entonces a medianoche dan

con palmeras gigantes de colores,
lacrimosos los ojos, la orden triste
de cremar les fogueres de Sant Joan.



Prisionero


(Jotabém)


Recuerdo la roja luna
reflejada en la laguna

turquesa de tu mirar.
Recuerdo el suave temblar
de la rosa que al hablar
puso en tu cara el azar

cuando dijiste: te quiero.
Recuerdo el beso primero

como a otra gloria ninguna
porque tu boca al besar
se me llevó prisionero.



Pasión de mar

(Jotabéa)


Al verte tan ausente y ajena mientras sueñas
desnuda en mis orillas de aventuradas peñas,

desatas en mis aguas indóciles procesos.
El sol, con sus destellos audaces y traviesos,
descubre a mi mirada recónditos accesos
al templo donde guardas, ardientes e inconfesos,

los fuegos con que fraguas tus íntimos secretos.
Y en tanto entre las nubes, intrépidos, tus retos

adormecidos vagan sin ver como desdeñas
las ansias que mis olas susurran con sus besos,
yo escribo entre corales malévolos sonetos.


Tu mente ensaya extraños, arábigos, fantásticos
dibujos que perfilan tus largos dedos plásticos

en donde mis arenas se allanan amistosas.
La brisa que acaricia tus formas primorosas
los senos te recubre con pétalos de rosas
y agita con su manto las olas que, celosas,

conmueven y perturban mi límpido cristal.
Y tú, sin darte cuenta, sumida en el ritual

que en torno a tu belleza mantienen entusiásticos
los duendes que te brindan sus mieles primorosas,
olvidas los albures de mi pasión letal.



Cuando cruzas mi calle

(Jotabéa)


Cuando cruzas mi calle, como en sueños parece
que un dormido pasado, luminoso, florece

entre acordes brillantes de olvidados violines.
Cuando cruzas mi calle, poderosos delfines
que en las sombras de un tiempo de lejanos confines
estuvieron sujetos; a los verdes jardines

de corales regresan sobre raudos bajeles.
Cuando cruzas mi calle, los ardientes corceles

de mi sangre despiertan y un galope estremece
con su fuerza, sus ansias y el flamear de sus crines,
el ardor de mis noches de marchitos laureles.


Con tus pasos de seda por la abierta ventana
cabalgando las notas de tu risa lozana

vuelan hasta mi pecho renovados ensueños.
¿Será, niña, que acaso, trasnochados empeños
que en románticos lances extraviaran mis sueños
hoy pretendan absurdos, por tus pasos cimbreños,

enredarse en la curva singular de tu talle?
¿O será que marchito ya el verdor de mi valle

quiere Amor un desquite por mi vida galana
y con dardos dorados de minúsculos leños
sin piedad me enamora, cuando cruzas mi calle?

(Poema Finalista del,
VI Certamen Poético Internacional, Rima Jotabé)




Estrella

(Jotabeí)


Se acalla el grillo entre la hierba verde
que bordea la alberca y que se pierde.

Quieta la brisa, las hojas no mueve.
Una miríada de estrellas llueve
en el estanque reposado. Breve
momento en que la blanca luna bebe.

Veloz traspasa el cielo una centella
cual anuncio fugaz. ¡Celeste huella!

No habrá mayor silencio que recuerde
ninguno como aquel instante leve
en que al mundo llegó la hermosa Estrella


Sale del vientre en la caliente aurora
como fruto del amor; tiembla y llora.

Brota cual semilla al cálido arrullo
de la mano sabia. Nervio y orgullo
de una flor, otra flor en su capullo.
Frágil brote del sin igual bandullo

es un tesoro de promesas lleno
que el hogar colma cual amado estreno.

Recién llegada y ya el silencio atora
y ante su voz, con singular murmullo,
se encoge el prado con amor sereno.


Comienza la mañana, el sol asoma
y habla cada color, su propio idioma.

Fiel retorna el jilguero empedernido
a cantarle a su amada./ Encendido
el aire, un puñado colorido
de mariposas suelta divertido.

La brisa, mientras tanto, silenciosa,
fino tamo sobre el camino posa;

mece el lirio que de la alberca aroma
y repeina la hierba. Prevenido,
el prado todo, de color rebosa.


Sale a jugar Estrella; la campiña
feliz la acoge. La graciosa niña

agita el polvo con su paso leve
mientras corre./ En su mano de nieve,
un muñeco de trapo que ella mueve
con gracia singular. Su risa breve

bota en cada rincón y su alegría
renace a cada instante. Con porfía

de cada flor atenta se encariña
aunque no las arranca. No se atreve
porque dolerlas, su dolor sería.


Promedia la jornada, se desploma
inclemente el calor. Una paloma

arrulla con tenaz monotonía.
La oculta el ramaje, es mediodía.
La araña se recoge en su sombría
cueva, mientras que en su voraz porfía

la colmena perdida entre las flores
se entretiene libando. Los olores

que cada fruto madurado toma
se trasmiten al aire y la alegría
de Natura se esparce en sus favores.


A la sombra de un árbol la más bella
flor suspira y sueña. ¿Puede ser ella

la que descubra al príncipe soñado?
¿La que de labios de su bien amado
el néctar beba del imaginado
beso de los cuentos? Inesperado

el sueño de la siesta llega y cierra
sus ojos, su mente deja la tierra

cabalgando la luz de una centella,
y cruza el mar, que imaginó dorado,
más allá de aquel prado y de la sierra.
Y mientras duerme, el cielo precavido
vigila que en el prado no haya ruido

que interrumpa el momento, que la brisa
no llegue a despertarla; que sumisa,
se calle la paloma o que la prisa
de la araña en volver a su precisa

tela se disipe. Quiere que Estrella
siga siendo la idílica doncella

del cuento, donde el príncipe atrevido
llegue y audaz le bese la sonrisa
por ser, de todas, la mujer más bella.


Nubla la tarde la campiña toda
un presagio de lluvia. Se acomoda

un perro indiferente en la vecina
alberca. Cada tanto arremolina
el polvo, una brisa vespertina
que entristece. Monótona rechina,

en los pastos, la voz de una chicharra.
Las abejas se esconden. La tabarra

de algunas hojas secas incomoda
el extraño silencio que ilumina
el gemir irreal de una guitarra.


Mira Estrella por la ventana abierta
el horizonte. La mirada alerta

busca a su amor en cada polvareda
que arremolina el viento en la vereda
que lo devuelve a casa. Solo queda
del sueño adolescente: la arboleda,

la sombra encubridora y el travieso
despertar con aquel ansiado beso

en los húmedos labios. Esa incierta
tarde los recuerda./ En tanto rueda
el angustiante tiempo del regreso.


La luna se encamina nuevamente
a beber de la alberca. Se presiente

entre los pastos otra vez el grillo.
En el cielo, de un misterioso brillo
la bóveda ilumina. Un pajarillo
se recorta fugaz sobre el sencillo

perfil del horizonte. Nos parece
que hasta la brisa más sutil fenece

al caer la noche. Con el relente
se lustrase el prado en singular cepillo
de fina seda y todo resplandece.


Crepita en el fogón la dura leña
que calienta el hogar. En la pequeña

casa, un hombre solícito se afana
por atender a la mujer ufana
que por parir aguarda. ¡Tan cercana
ve la ansiada llegada! y ¡tan lejana!

que por momentos tiembla, desespera
y le brillan los ojos. Más, la espera

ha de durar aún porque se empeña
en nacer aquel sol por la mañana
como cualquiera flor, en primavera.

(Poema ganador del Primer Premio del,
V Certamen Poético Internacional, Rima Jotabé)

 
     
   
     
 
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