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ARTÍCULO 445

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EL BURRO EN LO ALTO DEL MIGUELETE

 

 
 

En ocasiones aquella famosa frase que dice:

«La realidad supera a la ficción»

Toma forma definida y adquiere personalidad y vida propia, sobre todo cuando hablamos del carácter, en algunas ocasiones socarrón y mordaz de los valencianos, como podemos comprobar anualmente en los llibrets de falla. Así pues, cuando nos ponemos a gastar bromas, dejamos el listón muy alto. Si es que realmente lo que vamos a conocer se puede calificar como broma.

Hoy vamos a introducirnos, no en una leyenda, no en un mito, no en algo que pudiera ser que haya ocurrido, sino en una historia real que ocurrió en Valencia en el siglo XV, de la cual hay constancia fehaciente según algunos documentos de la época.

Toda historia tiene un inicio y, en esta hemos de buscarlo en el Miguelete («Micalet» en valenciano), el segundo campanario de la Catedral Metropolitana de Santa María de Valencia, el cual, cuando se construyó entre 1381 y 1425 fue llamado «Campanar Nou» («Campanario Nuevo»), sustituyendo al campanario románico. El Miguelete se construyó exento y separado físicamente de la catedral, al igual que otros muchos campanarios en el mundo como «La Torre de Pisa», el «Campanille de Giotto», el «Campanille de San Marcos», el «Camanario de Lavra de Kiev» y otros tantos.

Como apunte histórico citar que al Miguelete cuando lo construyeron no le colocaron la espadaña, cosa que se realizó entre 1660 y 1736, elevando su altura inicial de casi 51 metros, hasta los actuales 63 metros.

La Sala Capitular, hoy Capilla del Santo Cáliz, situada en la parte opuesta del Miguelete, también estaba separada de la catedral, pero en 1459 se iniciaron las obras de lo que se llamó «Arcada Nova» o «Arcada de la Seu», que fue un nuevo tramo que se añadió a la Catedral y con ello, tanto el Miguelete como la Sala Capitular se unieron definitivamente a la Catedral.

El Cabildo le encargó la obra al maestro de obras, Francesc Baldomar (c. 1395-1476), el cual dejó plasmado su busto en un bajorrelieve en el pilar este de la Arcada Nova. Este hombre, además de ser un gran profesional, era una persona excelente que poseía un carácter muy pacífico, amable, confiado... Extremo que, en más de una ocasión le pasó factura, pues algunos de sus obreros le gastaban algunas bromas, no siempre de muy buen gusto, como la que vamos a conocer.

El maestro Baldomar, tenía un borrico que guardaba en un cobertizo no muy lejos de la obra, el cual utilizaba para desplazarse por toda la ciudad de Valencia cuando así lo requería.

Mas, una noche de principios de 1462, al amparo de la oscuridad y la soledad de la misma, algunos de sus obreros decidieron gastarle una broma espectacular y algo pesada. Para ello, rompieron algunos cerrojos y alguna cosilla más, y sacaron el burro de donde lo guardaba Baldomar, y por la angosta escalera del Miguelete que lleva hasta la terraza del mismo, subieron el burro a empujones, con un gran esfuerzo y, seguramente bastantes horas de trabajo, pues, para quien no conozca dicha escalera, cabe comentar que es helicoidal, de las llamadas «de caracol», con una anchura de no más de 80 u 85 centímetros, y cuenta con 207 peldaños de una altura media de unos 25 centímetros para completar los 50,85 metros que hay desde la base en el suelo hasta la terraza. Esto nos da a entender la fuerza que tuvieron que utilizar los hombres que subieron el animal a la terraza del Miguelete, y las penalidades que pasaría el burro.

Una vez en lo alto, dejaron al burro en la terraza y, al día siguiente, cuando subieron a la misma el campanero y los sacristanes para hacer tañer las campanas, como era lo habitual, se encontraron con una «bestia» que los miraba fijamente, con el comprensible susto que eso les causaría. Dicen las crónicas que bajaron las escaleras corriendo y gritando llenos de miedo y, que el hecho se lo atribuyeron a la magia y la brujería, temas muy populares y extendidos en esos momentos, y a los que se le atribuía todo aquello que no podían explicar.

Poco tiempo después se supo fehacientemente que todo había sido una broma de algunos de los obreros de Baldomar, pero este de todas maneras se quejó ante el Cabildo, pero del mismo sólo obtuvo el apremio para que bajara el burro de la azotea del Miguelete, ya que el animal era suyo. Así pues, a pesar de haber sido la víctima de la broma, tuvo que pagar de su bolsillo la maniobra de rescate, ya que primeramente intentaron bajar al burro de nuevo por las escaleras, pero el animal se negó rotundamente a bajar por esas mismas escaleras por las que había subido, seguramente presa del miedo.
Así pues, para la maniobra de rescate, Baldomar contrató los servicios de unos marinos del puerto de Valencia que estaban acostumbrados a cargar y descargar con poleas bultos muy pesados. Los marinos sujetaron al burro con gruesas maromas y por medio de unas poleas comenzaron a bajarlo, pero el animal entró en pánico al verse «volando», así que lo tuvieron que volver a subir y taparle la cara con un saco para que no pudiera ver lo que estaba ocurriendo a su alrededor mientras lo bajaban, y de esta manera pudieron completar la labor de rescate del burro, y con ello concluyó una broma que, no sé si se podría llamar como tal.

Ahora bien, era sabido que entre el maestro de obras Francesc Baldomar y el Canónigo de la Catedral, Guillem Ramón de Vich y Vallterra (1460 o 1470-1525), no había muy buenas relaciones, y desde que murió el suecano Antoni Bou, Vicario de la ciudad de Valencia, el 25 de noviembre de 1461, que era el protector de Baldomar, la tensión entre este y el Canónigo se hizo más tensa. De esta manera cuando el 17 de abril de 1462, Baldomar denunció al Canónigo ante el juez Berenguer Company por diversas cosas que a su entender le había hecho este, no obtuvo la justicia que él creía que merecía o la que andaba buscando, al igual que tampoco encontró respaldo del Cabildo cuando ocurrió la broma del burro.

 
 
 

Fuente:
El Periódico de Aquí

 
 
 
 
     
   
 
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